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Parte 1

Esa nueva casa era justo para ella y sus tres hijos, en realidad dos, ya que el mayor había decidido vivir con su papá. Le costaba superar que solo viniera algunos días, pero respetaba su decisión adolescente. Se sentía muy triste, sin duda aún le quedaban varias cajas por abrir y ninguna gana de hacerlo. El lugar era grande, luminoso, y el barrio tranquilo, sin embargo, ella no estaba bien y, aunque no faltaba a su terapia de todos los viernes, le costaba superar ese pasado triste.
El presente le resultaba prometedor pero, a pesar de ello, viejos episodios no la dejaban poder valorar todos los logros que había alcanzado y ser feliz de una vez por todas.
Si uno de sus hijos le decía: “¡¡¡Mamá!!! Quiero salir a dar un paseo en bicicleta…”, ella secaba sus lágrimas para cumplir ese deseo. Siempre cumplía deseos para los demás.
¿Y ella? ¿En qué momento su deseo? ¿Cuándo una buena noticia?
Pasaba el verano tachando los días para volver al trabajo. Ese era uno de sus problemas, seguir trabajando en algo que no la llenaba en absoluto.
Tras su divorcio de Jean-Paul, seguía viviendo en París a causa de sus hijos. Si no fuera por ellos, ya hubiera vuelto a su Oslo natal, del que tan buenos recuerdos tenía. Ser una especialista en traducciones de nórdico antiguo no le servía demasiado en la Ciudad de la Luz. Su actual trabajo en una triste y gris oficina, tramitando gestiones administrativas, era lo más aburrido que había hecho en su vida, sin embargo, lo necesitaba para comer.
Poco imaginaba Freya, que justo aquel día podría cambiar su suerte.
Andaba atareada preparando la cena, cuando una llamada le cambió las perspectivas futuras, sumergiéndose en un mar de dudas...
— ¿Diga? ¿Quién es?
— ¿Freya? No sé si me recordarás, soy Axel. He conseguido tu número a través de Jean-Paul.
— ¡Axel! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?
Axel era amigo de su marido y coterráneo suyo. Aunque hacía unos años que no se veían, siempre habían hecho buenas migas.
— Te llamo para proponerte un trabajo que, estoy seguro, te va a encantar: en un antiguo castillo noruego, se ha descubierto un pasadizo secreto con acceso a una mazmorra donde se han encontrado antiquísimos manuscritos. Los especialistas los han datado del siglo VIII, escritos en alfabeto rúnico. Necesitan con urgencia una especialista y tú lo eres. ¿Te interesaría traducirlos?
Una sonrisa iluminó su cara y su mente, recordándole algo que planeó hace mucho tiempo. No se lo pensó dos veces y accedió de inmediato a la propuesta de trabajo que la llevaría a vivir como merecía: feliz.
Comenzó a hacer las maletas de todos hasta dejarlo todo bien preparado para su viaje. Axel le había enviado por e-mail los billetes de avión, y también, la ubicación de donde se hospedarían. Como último favor, le pidió que buscara a alguien que pudiera cuidar a los niños mientras trabajaba, pues no podría prestarles la atención que merecían.
Un par de horas después, se encontraba delante de ese gran castillo noruego y los brazos de Axel que la abrazaban como si la hubiera echado mucho de menos. Ella recibió el abrazo con mucha calidez. Sintió sus labios en su oído y le susurró:
— Un día juré hacerte feliz.
—¿Por qué? —preguntó, curiosa.
—Porque desde que tus ojos se fusionaron con los míos, me enamoré… y nunca se lo dije a nadie —confesó acariciando sus mejillas con ternura.
—Ven conmigo... —La intensidad con la que le miraba y la efusividad de sus palabras fue suficiente para llamar la atención de Axel, aunque no entendía muy bien lo que quería decir—. ¿Confías en mí?
—Sí, pero…
—No he aceptado este trabajo por casualidad, Axel —comentó, cogiendo sus manos con fuerza—. Tengo un oscuro secreto, un plan que hace años pensé y que jamás me he atrevido a murmurar...
—¿Secreto? —preguntó con cierto tono de temor.
—Estudié mucho este castillo, me obsesioné con un tesoro que hay escondido en él —comenzó a contar—. Una de las mazmorras tiene una cámara secreta donde el rey escondió sus joyas más valiosas. Tengo intención de hacerme con ellas y desaparecer de este lugar e irme lejos, a un lugar donde poder ser feliz con mi familia —no sabía por qué le estaba dando esa información, pero confiaba en él. Siempre lo había hecho.
—Freya, esas joyas —musitó—... las tengo yo…
Y guiñó un ojo antes de que ambos sonrieran, cómplices.
Cuando ingresaron en el castillo el atardecer empezaba a dar su espectáculo. Miraron el horizonte y Freya respiró profundamente, intentando inhalar toda la paz del lugar.
Sus hijos debían estar jugando unos últimos minutos antes de que la niñera les diera de comer y los acostara. Definitivamente, necesitaba esos momentos a solas o, mejor dicho, bien acompañada.
El frío del interior la hizo estremecer. Era invierno y, si mal no recordaba, en los próximos días iba a empezar a nevar. Agradecía estar llevando en la cabeza aquel gorro al estilo francés que le había regalado su hijo mayor en su cumpleaños.
La linterna que sostenía Axel iluminaba gran parte del espacio que recorrían, sin embargo, esa oscuridad y algunas sombras en las paredes le hicieron recordar.
Se tocó uno de sus tatuajes, específicamente el que estaba cerca de su hombro. Se lo había hecho por una extraña razón, y hacía mucho que no se lo veía en el espejo. Una imagen pasó por su mente. Más que una figura era una foto perfecta del momento en que Axel estaba a centímetros de ella, contra una pared, muy parecida a la que visualizaba en aquel castillo, pero hacía veinte años atrás. Con el cabello más rubio y sin una cana, y con los ojos azules e intensos como los seguía teniendo ahora.
La voz de Axel la sacó de esas ensoñaciones.
—Freya, creo que ya hemos llegado.
—Oh, sí. El trayecto se ha hecho corto.
—Sí. Estabas muy pensativa, por cierto... aquí están los escritos, necesitas más luz. Traje otra linterna —dijo revisando su mochila—. Los especialistas los han dejado en el lugar donde los han encontrado, y están envueltos en este film para que no se desgasten.
Freya comenzó a leer en su cabeza, moviendo los labios. No podía creer lo que estaba leyendo. Solo pudo rescatar dos palabras, las suficientes para provocar que un escalofrío recorriera su espalda: “Lápices” y “Nieve”.
Aquellos papeles temblaban en sus manos, y los sujetaba sin poder creer lo que estaba leyendo. La humedad del lugar y el frío impregnaban las paredes. Las gotas de agua se escurrían por su superficie rugosa mientras las puntas de sus dedos se iban adormeciendo.
—No me puedo creer lo que estoy leyendo —dijo Freya impresionada—. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora?...
—¿Qué ocurre? ¡Cuéntame qué estás viendo! —exclamó Axel al tiempo en que acercaba más la linterna como si lo pudiera leer también.
—Cuando estudié este castillo no fui consciente de lo que veía, pero ahora lo entiendo todo. Te traduzco lo que dice aquí —dijo extendiendo el papel a Axel —... habla de lápices y de nieve. Al estudiar los recovecos de este castillo no entendía por qué había un pasadizo que se cortaba de golpe. Siempre me pregunté qué era, y sospechaba que tenía que ver con el tesoro, sin embargo, no lograba dar con la señal exacta que me indicara por dónde comenzar.
—Y te acabas de dar cuenta —afirmó Axel.
—¡Exacto! —Los ojos azules de Freya se abrieron de par en par —. Justo al entrar, en lugar de venir por este pasadizo hacia la mazmorra, había una entrada a la derecha, ¿recuerdas?
Axel afirmó con la cabeza.
—Bien. Hace varios siglos una tremenda nevada sepultó esa entrada por completo, hasta quedar totalmente inservible. Cuando estudiaba los planos, lo que veía eran unos lápices dibujados en un montículo de nieve. Según esto, Axel, no son lápices: son las columnas que empoderan la puerta de aquel lugar. ¡Ahí es donde tiene que estar el tesoro!
—¿Está segura, Freya? —preguntó Axel, incrédulo de que lo hubiera adivinado tan pronto.
—Me he pasado años estudiando. Me sé de memoria cada rincón de este lugar.
—Y, ¿hacia dónde vamos entonces?
—Es justo en sentido contrario. Tenemos que desdoblar el camino y después...
Freya estaba señalando la dirección en la que debían de ir cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza. Un dolor y mareo instantáneos, la hicieron desplomarse. Lo último que pudo recordar fue el choque de su pómulo contra el frío suelo. Luego todo se volvió negro.
Al despertar, Freya se sintió en paz. Miró a su alrededor, estaba en su casa, sus hijos correteaban por el jardín y Axel le traía una bebida caliente.
- ¿Freya? ¿Has tenido un mal sueño?
Ella negó con su cabeza. Cogió el café y centró su mirada en una gota que recorría la ventana. La figura que dejaba a su paso le recordó aquel último día en el castillo. Cerró los ojos con fuerza y se estremeció.
Al despertar sintió un fuerte dolor, se llevó la mano a la cabeza.
—¿Freya? ¿Estás bien? —Axel la miraba con preocupación.
—Sí, me duele un poco…
—Sí, te ha golpeado una piedra.
Freya noto la voz de Axel diferente, dulce, sincera.
Él le tendió la mano y le ayudó a levantarse. Juntos fueron a explorar de nuevo el pasadizo.
Era un sitio largo, apenas se colaba por entre los ladrillos algún resquicio de luz. En el aire solo quedaba el eco de sus pasos y su respiración. Todo estaba frío, y el silencio era abrumador.
Les costó 3 horas llegar. “No lo recordaba tan largo”, pensó Freya; a pesar de ello, allí estaban de pie de nuevo, junto a la puerta. Ambos se miraron y, al unísono, sus manos empujaron la madera. Ésta crujió.
Una habitación luminosa se abrió paso ante ellos. Sin darse cuenta, ambos entrelazaron los dedos de sus manos y, riendo como niños, corrieron hacia el centro. Allí esperándolos había un baúl. Lo abrieron con ilusión, pero en el solo encontraron otra escritura. Freya lo cogió entre sus manos y leyó en voz alta.
— “El final no es más que el principio”.
Freya señaló a Axel lo que había dibujado en aquel papel.
—Un mapa —susurró él.
Las risas la devolvieron al presente.
—¡Mamá, ven a jugar! Nosotros solos no podemos vencer a Axel.
Ella rió y se estremeció, pero esta vez la sensación que invadió su cuerpo era de felicidad.
Dejó el café y, de un salto, fue a su encuentro.


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